Erase
una vez un reino muy, muy, lejano, ya perdido en el tiempo y en la
memoria de los más ancianos. En dicho reino, era muy importante
conseguir trajes, pues, cada cierto tiempo, se abría la posibilidad
de trabajar en la corte real, pero era indispensable acudir a las
entrevistas siempre bien trajeados, como demandaba la idiosincrasia
del reino. Cuenta la leyenda, que habitaban varios sastres en
palacio, pero de todos era conocidos uno en especial, el cual, se
hacía llamar “sastrecillo valiente”.
Los
sastres reales, competían por conseguir que el mayor número posible
de los nuevos cortesanos vistieran sus trajes para conseguir mas fama
y poder ante la corte real. Una vez conseguido el puesto de trabajo
los sastres se encargaban de ayudar a seguir mejorando laboralmente a
sus más cercanos que, normalmente, les rendían pleitesía total,
para realizar labores junto a la realeza, pues muchas decisiones de
palacio debían pasar por un consejo de representantes del pueblo que
se las exponían al rey y era justo ahí donde los sastres soñaban
con tener el mayor número de representantes luciendo sus telas y
trajes.
Algunos
de los cortesanos habían conseguido con su esfuerzo y años de
trabajo ahorrar dinero y comprar un traje fuera de palacio, pudiendo
acceder a la entrevista y trabajar en palacio sin las telas de los
sastres. Estos últimos no compartían la idea de que fuese necesario
usar unas telas u otras, ni trajes de un taller de costura u otro de
los más usados en palacio, pues entendían que todos debían tener
las mismas posibilidades de conseguir un trabajo o promocionar dentro
de palacio pues el rey no pedía ningún requisito más.
Cierto
día comenzó una lucha entre los sastres de palacio cuando muchos
cortesanos, cansados de ver como aquellos que usaban los trajes de
los sastres reales, casi siempre accedían de forma sorprendete a
ciertos puestos de trabajo cercanos a la corte comenzaron a levantar
sus voces ante tal desigualdad.
Los
sastres comenzaron a gritar por todos lados negando que fueran
ciertas las acusaciones, pero el mas interesado en negarlo era el
sastrecillo valiente. Pues, aunque sus trajes lucían por toda la
corte real, eran pocos sus clientes y siempre hablaba de lo necesario
que era realizar grandes cambios dentro de la realeza, de su cercanía
con el pueblo llano, de su interés por la igualdad de todos,
incluso, cuando se reunían todos para cortar sus trajes criticaba al
rey, pero cuando se reunía con la realeza, alababa y rendía total
pleitesía al rey sin importarle lo más mínimo las consecuencias de
las decisiones reales que podían desfavorecer a todos los
cortesanos, porque siempre acababa consiguiendo algún beneficio
aunque ello afectase de forma negativa a la mayoría del pueblo.
Para
evitar ser descubiertos los sastres decidieron que entre ellos mismos
unificarían el tipo de telas y trajes cambiando solo las tallas. Con
este acuerdo se aseguraban seguir vistiendo a los futuros cortesanos,
pero se repartirían el numero de trajes que cada cual confeccionaría
por temporada.
El
sastrecillo valiente criticaba a quienes hacían trajes iguales de
diferentes tallas a los que tuvieron acceso sus allegados y que no lo
hicieran para los nuevos cortesanos. Esa era su táctica para
desacreditar a los demás sastres a sus espaldas pues como ya os
conté, le gustaba jugar con doble baraja según hablase con
aspirantes a la corte o con cortesanos reales.
El
sastrecillo valiente a escondidas, fabricaba trajes a medida solo
para sus elegidos y aunque se los regalaba, convertía en esclavos de
por vida a quienes los aceptaban.
Ante
sus continuas habladurías a espaldas de los demás sastres, estos,
conocedores de sus artimañas y falta de buena visión, decidieron
tenderle una trampa. Le enviaron una mona adiestrada con una cámara
y micrófono ocultos y como tenía un nivel de inteligencia tan alto,
parecía casi un ser humano, resultando un plan perfecto. La mona
llegó al taller y comenzó a informarse de los trajes, de las telas
y el sastrecillo, que cuando estaba a solas criticaba a todo el
mundo, comenzó a fanfarronear de sus trajes y gran influencia ante
la corte real. Hizo pasar a la mona al taller de costura y los
sastres que observaban todo a través de la cámara de la mona,
estupefactos, vieron que en el taller confeccionaba trajes a medida,
con las mismas telas que acordaron, pero con máquinas de coser
industriales de alta velocidad. En ese momento los sastres, indignos
como él, pero además indignados, irrumpieron en el taller mientras
el sastrecillo valiente vestía a la mona quedando al descubierto.
Aun así, como el escándalo no podía ser descubierto, y podían
perder el mercado, acordaron mantenerlo en secreto a cambio de que el
sastrecillo valiente cosiera desde ese día a mano. Haciendo bueno el
dicho, una vez mas que dice así; “Aunque la mona se vista de seda,
mona se queda” y aunque así de triste es este relato, esta
historia, por ahora, aún no ha acabado, pero llegaran los caballeros
y damas del csif para demostrar que con ell@s habrá cambios, sí o
sí.
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